Resulta, pues, curioso que construcciones que requieren de concienzudos estudios y multitud de cálculos, en las que participan centenares de ingenieros con decenas de planos en las manos y que, además, son la llave de un tesoro finito, estén tan indefensas ante un accidente más que posible. De hecho, no me puedo creer que las mismas mentes y las mismas manos que crean megaestructuras firmes y sostenibles en un mar repleto de huracanes no hayan ideado sistemas que protejan la fuente principal de la riqueza y que, de paso, eviten el desastre ecológico.
Lo más que puedo entender es que un desarrollo exhaustivo de esas medidas de control quizá rebajarían demasiado las expectativas de negocio. O que, simplemente, la protección del entorno ante una marea negra nunca fue una prioridad en la creación del complejo. Porque sino, digo yo, las plataformas petrolíferas tendrían a su alrededor barreras anti-petróleo o en el fondo marino, junto a la tubería de extracción, se instalarían campanas anti escapes como las que ahora se están construyendo contrarreloj. Pero bueno, este es el mundo de los humanos.
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