Al recuperarse pudo ser por fin el objeto de nuestra admiración. Se prodigó por los mismos medios de comunicación que lo habían convertido en héroe. Quitaba importancia a su acción, pero no rechazaba ninguno de los beneficios que le había aportado. Algún avispado asesor decidió utilizar su nombre y su imagen para mayor lustre de su gobierno y su partido y, como si su acción lo convirtiera en experto en la materia, lo convirtieron en presidente de un Consejo contra la violencia de género.
Pero, claro, Jesús Neira no era la persona ideal que habíamos construido. El héroe perfecto no lo era tanto simplemente por ser él mismo. Porque tiene cierta ideología ‘inflamable’, porque no es una persona condescendiente o, en el que parece ser el último capítulo de su vida pública, porque también es capaz de transgredir la legalidad.
Y tal como lo crearon, han acabado con él. Es la fugaz vida de los iconos que crea esta sociedad acelerada y poco reflexiva.
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