Después de “preferentes” o
“prima de riesgo”, una nueva palabra se introduce en nuestro vocabulario con
motivo de la crisis: “escrache”. No es un término de aquí, lo hemos cogido de
otra crisis económica de gran calado, la del llamado “corralito” en Argentina.
Aparece en el diccionario de “americanismos” de la Real Academia de la Lengua y
se refiere a esa forma de protesta que acerca el malestar que vivimos casi
todos a los que siguen insistiendo en negar toda su responsabilidad en lo que
está sucediendo.
El ciudadano de a pie ya no
puede más. No comprende que los que deben legislar para establecer las reglas
del juego se desentiendan de ello, atribuyendo las responsabilidades en
abstractos conceptos como “mercados” o “capitalismo”. No acepta comportamientos
que reafirman la sensación de que existe una “casta” política rodeada de
prebendas, que no entiende o no sabe cómo es la realidad. No perdona que los
paganos de la crisis sean siempre los mismos, mientras se confirma que los
pobres son cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos.
Y puesto que los políticos
han blindado a las instituciones para que a los ciudadanos les resulte muy
difícil hacer llegar su voz, la única vía de protesta posible es la de
acercarse a ellos directamente. El método ya se está criminalizando porque
resulta molesto, pero yo soy de los que creen que para eso se les pagan. Y si
en las horas de trabajo no responden, habrá que buscarles fuera. Por lo menos
así nos aseguramos de que los legisladores sienten un malestar del que parecen
estar muy lejos.
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