Los más pequeños son los destinatarios de la mayor parte de los regalos que se reparten durante la navidad. Será porque los mayores no nos portamos lo suficientemente bien, porque ya hemos recibido todo lo que queríamos o porque renunciamos a hacer nuestra lista para pedir por los que más los disfrutan, pero tanto Papá Noel como los Reyes Magos llegan a nuestros pueblos pensando, sobre todo, en los niños y niñas.
Curiosamente, he comprobado como los niños de ahora tienen, además, la suerte añadida de tener más posibilidades de ver y tocar a estos personajes mágicos que tanto admiramos. Y es que antes, apenas si podías estar junto a ellos en noche de navidad o en el día de la Cabalgata, en sus paradas en sus paradas durante su mundial periplo. Antes, habían sido los elfos o los pajes los que habían venido a visitarnos para saber cuáles eran nuestros deseos. Y hacían bien el trabajo de mensajeros, porque siempre aparecían debajo del árbol o en la ventana los regalos que habíamos pedido.
Y no sé si es por la firma de un nuevo convenio, pero ahora, en cambio, son los propios Reyes o el mismísimo Papá Noel los que ya vienen días antes a escuchar nuestras peticiones. Y en lugar de buzones atienden en persona las peticiones de los niños en multitud de centros comerciales. Se exponen tanto que temo que para los niños de hoy dejen de ser algo misterioso y mágico. Y, además, con tantas prisas por ir de un lado a otro, a veces van mal vestidos o con la barba mal recortada, lo que deja en entredicho la fabulosa presencia que debería ir aparejada a sus personalidades. Así que, en realidad, casi prefería a mis reyes misteriosos.
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