Pasadas las tres de la mañana del sábado, en el interior de la impresionante sede de la Casa de Aragón en Barcelona. Allí es dónde fui testigo de cómo nuestros valores como comunidad están perfectamente mantenidos y representados por las gentes que tienen a esta tierra nuestra en sus corazones. Y, además donde constaté que ese cariño y su manifestación acerca un paso a la felicidad.
Curioso como la jota y otros cantos y sonidos aragoneses se cuelan en la fiesta de los jóvenes que viven lejos de Aragón. De la misma forma que ocurría en las fiestas de los antepasados que nos son comunes y que, en muchos casos, debieron dejar esta tierra abandonada a su suerte para ganarse la vida allá donde invertían los más ricos o había gente con capacidad para crear trabajo.
Pero pese a la distancia o precisamente por ella, no sólo no se permitieron olvidar de donde venían sino que, al contrario, se propusieron crear espacios para disfrutar del hecho diferencial de ser aragonés y para mantener y potenciar usos y costumbres de aquí. No es fácil, porque pasan los años y con ellos las generaciones. O porque con la desaparición de los referentes se pierden las referencias. Pero todavía hay personas que siguen estando empeñados en disfrutar y difundir lo aragonés. En mostrar que, aún lejos, no olvidan de donde vienen.
Lo he visto este fin de semana en Barcelona, con los jóvenes terminando la fiesta con jotas. Lo disfruté en Argentina y Brasil, compartiendo la emoción que provoca todo lo aragonés entre la colonia de descendientes y amigos que, en muchos casos, ni siquiera han estado en Aragón. Y uno se pregunta, al ver semejante orgullo por ahí, por qué aquí tenemos, o al menos hemos tenido durante mucho tiempo, tantos complejos en reivindicar lo nuestro, acomplejados por la supuesta modernidad y haciendo analogías absurdas con el baturrismo.
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