El Real Zaragoza, uno de los equipos de fútbol aclamados en nuestra región, ha luchado denodadamente en los despachos para contratar a los jugadores que faltan para hacer una plantilla de garantías. Pero, finalmente, no llegaron todos.
Al parecer, tras dos descensos muy cercanos, la transmisión de historias de impagos a clubes, extrañas políticas de fichajes y poco cuidadosos tratos a jugadores, se hace más difícil comprar y convencer. Poco importa la historia o los títulos, el Real Zaragoza es, ahora, una medianía. No se ha sabido ser grande, siguiendo ejemplos de otros equipos como Sevilla o Villareal, histórico y nuevo rico.
En un extraño fenómeno, el Real Zaragoza cuando intenta ser grande, acaba hundiéndose. Si una temporada sale buena de chiripa, como el año de Chechu Rojo de entrenador y la posibilidad de la Champions en juego, no hay manera de mantenerse en la siguiente. Si se recurre al dinero y se hace una inversión bárbara en buenos jugadores, como el año pasado, directos a Segunda División. Es como si alguna extraña línea del universo, un guiño cómico o trágico del destino, quisiera recordar por siempre a los proyectos aragoneses donde está su sitio.
¿Se puede extrapolar el inquietante destino del Real Zaragoza al de todos los proyectos aragoneses?. ¿Es posible que estemos condenados a la medianía por designio de origen inescrutable?. ¿O es nuestra propia forma de ser la que nos separa del liderazgo?.
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