martes, 7 de junio de 2016

26J. Quiero gobernar: los niños como espectáculo



¿Es lícito utilizar la inocencia de los niños para buscar audiencia? ¿Se les puede pedir que se conviertan en protagonistas de un espectáculo? Y, ahondando en el asunto, ¿se pueden involucrar en asuntos aparentemente de adultos como es la confrontación política? Estas preguntas han surgido a raíz de la emisión del programa 26J. Quiero gobernar en Telecinco, en el que unos niños entablan una conversación/entrevista con los principales candidatos a la presidencia del Gobierno. 


Albert Rivera con su pequeño "mini yo" en 26J. Quiero Gobernar


El programa, dicho sea de paso, tiene cierta apariencia de poco desarrollo, con formato plano y sencillo y decorado de ir por casa. Parece que se apuesta casi todo a la personalidad y las ocurrencias de unos chavales que son, claramente, fruto de un elaborado casting. Conforman un grupo en el que caben distintas edades y niveles de conocimientos, que busca el contraste y el dinamismo. Ahí nunca faltan los que demuestran tener amplios conocimientos de la política, en algún caso cerca del nivel propio del "frikismo". 


El niño de la camisa blanca se postuló para presidente del Gobierno.


Los perfiles de niños sabiondos, casi repelentes, dan mucho juego. Acercan a cualquier programa a la fórmula del concurso de talentos, en este caso de la política. Son niños que aseguran titulares con los comentarios y preguntas, pero rebajan el nivel de frescura y espontaneidad propio de los niños "más habituales". Estos últimos, los que aún no se preocupan demasiado sobre el juego de escaños, tienen un papel de "graciosos" relacionado directamente con la ignorancia.

Generalmente hemos visto a los más pequeños pisando los estudios de televisión para disfrutar del espectáculo que se les propone, en plan público, o para mostrar al mundo alguno de sus dones, en plan concurso de talentos. En uno y otro formato no dejan de ser niños. Pero en 26J. Quiero gobernar se les otorga el papel de periodistas/comentaristas para hablar de lo que, generalmente, no entienden. Y, aunque quizá no es así, es inevitable la sensación de que algunas preguntas están pactadas o ensayadas. Por lo tanto se aleja de la naturalidad. 

Pero lo peor es que las inocentes preguntas de los niños dan cobertura a la inevitable propaganda política. Y esto es lo que menos ha gustado a muchos. Porque, al final, ¿quiénes se aprovechan más de los niños? ¿La cadena o los políticos?


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