Quizá por eso guardo un recuerdo poco efusivo de mi visita a París, ciudad que yo conocí muy corecta y ordenada, tranquila en las formas, tirando para aburrida. ¿Pero qué es eso de que en las terrazas de los bares las sillas estén en fila mirando hacia la calle?. ¿Dónde está la intercomunicación y el buen rollo?. ¿Por qué hay que girar la cabeza para mirarse a los ojos con el que está sentado a tu lado?.
En cambio siempre guardaré un muy grato recuerdo de Dublín, donde la gente llena las calles de alegría y alborozo a altas horas de la mañana, o de Londres, donde en los bares el personal está muy desinhibido.
El viernes disfruté por primera vez de la noche zaragozana desde que estoy viviendo aquí. No era nada nuevo porque ésta ciudad, la capi de la comunidad autónoma en la que nací y el lugar de residencia de la mayor parte de mis amigos, la tengo más que trillada en este aspecto. Pero resulta gratificante un buen comienzo festivo. Y lo tuve. Con una gran compañía: Bea, Marisa, Cris, Toño... muy buena gente. Y lo que me queda. De momento, lo mejor son los horarios, algo más permisivos que en la capital del Reino. Donde, por otra parte, la diversión ha estado asegurada durante los dos años en los que he vivido allí. Por cierto, que ya tengo ganas de compartir el ocio zaragozano con los que me han acompañado en el ocio madrileño.
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