Ha querido el azar, el destino o la más simple casualidad que justo en el momento en el que estaba reflexionando para este artículo sobre la fragilidad de la vida humana, a cuenta de la impactante muerte de un joven futbolista, un suceso más cercano y personal me haya recordado con horror la premisa a la que daba vueltas. La de que mientras creemos dominar el mundo donde vivimos, mostrándonos confiados de tener las fórmulas para proteger nuestra propia existencia (aunque a veces, conscientemente, las incumplamos), hay poderosas fuerzas, incomprensibles aún, que nos recuerdan que somos poca cosa en un universo caprichoso.
En nuestra convicción de ser los seres más poderosos de la Tierra, los humanos creemos estar preparados para asegurar el propio destino. Estamos tan convencidos de nuestras infinitas capacidades que incluso creemos dar con verdades absolutas y comportamientos adecuados con los que dominar la naturaleza.
Pero no. Nunca será así y, estoy convencido, nunca sabremos exactamente el por qué. Si hay un plan, lo desconocemos. Si es el azar lo único que mueve nuestro mundo, no hay ruta posible en la que guiarse.
Por eso, ante sucesos como la muerte del joven futbolista Dani Jarque nos sentimos desconcertados y perdidos. Porque no la entendemos, no la hemos visto venir, pasa por encima de todas nuestras sentencias… Es un ejemplo de situaciones que, de repente, nos empequeñecen frente a fuerzas desconocidas y nos hacen conscientes de lo vulnerables que somos y a los peligros indomables con los que nos enfrentamos.
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