Ya andamos de nuevo con la arena política revuelta por un asunto de esos que a los ciudadanos de a pie, todos esos que sufren la crisis que al final existió, los que ven quemarse sus tierras y sus paisajes o los que sufren la ira del agua descontrolada, no acaban de entender.
Porque, con la que está cayendo, que nos emboliquemos en una película de espías tiene guasa. Y mucho más si, después de liarla, no hay visos de que tales tramas de pinchazos de teléfonos y escuchas entre políticos tengan viso alguno de poder ser demostradas o, ni siquiera, de ser denunciadas.
Quiénes han levantado todo este asunto, han sido los del principal partido de la oposición. Dicen que les espían. Que el mismísimo ministro Rubalcaba manda a sus policías o agentes secretos a pinchar teléfonos a sus militantes. Eso sí, detrás no hay ni denuncias al juzgado, ni pruebas concluyentes… nada.
Es, al fin y al cabo, tirar la piedra y esconder la mano. Porque no digo yo que no sea verdad lo denunciado. Pero, ya que se tiene lo suficientemente claro como para gritarlo en los medios de comunicación desde la terraza del apartamento de verano, ¿no debería ser antes denunciado?.
Ningún cargo electo, representante de los ciudadanos, puede crear una sombra de sospecha sobre las fuerzas de seguridad o los jueces y, seguidamente, no hacer nada útil para remediar los posibles abusos. ¿Qué ejemplo es ese?. Así, que se vea esa mano o, por favor, centrémonos de una vez por todas en las cosas que realmente importan al ciudadano.
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