A cuenta de la gran polémica (una más) alrededor del enjuiciamiento del juez Garzón, se han vuelto a remover las dos Españas. Esas dos identidades contrapuestas y enfrentadas que, según los que mantienen que la Transición fue un proceso ejemplar que curó todas las heridas, ya no debían existir. Pero si, como se ha manifestado de nuevo a lo largo de esta semana, aún existen… ¿no será que aquello no fue tan perfecto?.
Entre otras cosas porque la toma de decisiones, los planteamientos de cambio, se deben al momento y a la situación concreta en el que se producen. Pero el tiempo, la perspectiva, todo lo cambia.
Para hacer la Transición olvidamos que todavía había víctimas y que se quedaban los verdugos. Los que se sentían oprimidos hicieron borrón y cuenta nueva suspirando por un futuro mejor y bajo el miedo de la realidad por entonces aún existente. Pero ahora que ya gozamos plenamente de los frutos positivos de aquel proceso, cuando ha quedado claro que ya no hay vuelta atrás y, por tanto, no hay miedo, es el momento de dignificar la memoria de los maltratados durante más de 60 años.
Como ha ocurrido en muchos países con transiciones pacíficas de la dictadura a la democracia, es lícito que, con el tiempo, se despierten las memorias silenciadas y surjan voces reclamando la justicia negada. Sobre todo porque ahora ya no es tan sólo cosa de una guerra fraticida con mucho dolor en ambos bandos. Ahora, se despiertan los que recuerdan la gestión de la victoria y la negación del perdón. Los que piden analizar la gestión de los 40 años de “paz” por parte de una de las Españas. Y, al parecer, esa necesidad aún remueve muchas conciencias.
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