miércoles, 25 de mayo de 2016

Las novicias que no querían ser monjas


Ninguna de las cinco jóvenes que "buscaban la llamada" en el programa Quiero ser monja de Cuatro apostó por ingresar de forma inmediata en un convento. Aunque, la verdad, era el resultado esperado. Y no precisamente por la escasez de vocaciones, sino por el perfil y la evolución de las candidatas que proponía el experimento televisivo. Visto lo visto durante las distintas entregas, lo sorprendente hubiera sido que alguna de las chicas protagonistas cogiera los hábitos.



Las cinco jóvenes que sintieron una supuesta "llamada".


La premisa de Quiero ser monja era potente. Antes del estreno, y durante meses de promoción, se nos contó que las cámaras iban a seguir a unas jóvenes dispuestas a dejar atrás sus vidas para ingresar en un convento. Habían "sentido la llamada", decían. Unas semanas de conocimiento y formación, con los telespectadores como testigos, les iban a servir para decidirse. 

Pero nos bastó ver un único programa para darnos cuenta de que las cosas no eran exactamente como nos habían contado. De hecho, lo primero que muchos pensamos es que las nuevas novicias no daban, en general, el perfil de mujeres religiosas que se plantean la vocación. Quizá alguna de ellas se acercaba, pero quedaba difuminada por las llamativas historias y curiosos comportamientos de las otras. Demasiadas dudas, mucho desconocimiento, poco interés real... La premisa no encajaba con lo que estábamos viendo.



¿En misa porque no queda más remedio?

La supuesta "llamada" no parecía ser tan poderosa. Un novio, las discotecas, el maquillaje o los móviles bastaban para hacer dudar del supuesto contacto con Dios. Distracciones demasiado banales frente a una decisión que debería ser trascendente. Tanto que algunos empezamos a pensar que las vocaciones no eran tales. El título del programa, más que afirmar, debería haber preguntado: ¿Quiero ser monja? 

Las sospechas sobre la vocación real se fueron confirmando con el comportamiento casi infantil de la cuadrilla de jóvenes. Su paso por los conventos se parecía más a un campamento juvenil que a una experiencia vital. Algunas de las preguntas o las reacciones ante lo que veían o lo que les contaban sonaban a faltas de respeto. ¿Cómo podía haber tanto desconocimiento sobre la institución católica y la fe en jóvenes dispuestas a tomar los hábitos? A modo de confirmación llegó la noticia de que alguna de las novicias habían participado en otros castings televisivos. ¿Estábamos ante un grupo fabricado?


Una de las "novicias" trabajando como modelo.


En definitiva: no nos lo creímos. Y lo que nos preguntamos desde entonces era por qué aceptaron las responsables de los conventos participar en semejante proyecto. Supongo que creyeron que iba a ser una tribuna para conseguir más vocaciones. Y quizá lo fue. Lo que el programa no consiguió  fue audiencia. A los telespectadores no les gustan los engaños y, aunque no lo fuera, Quiero ser monja ha parecido uno. 

El supuesto seguimiento de una historia vital, la idea de compartir las emociones de una novicia ante el que supone el paso más importante de su vida (al estilo de lo que Samantha Villar ha hecho con su embarazo), se ha convertido en la típica ristra de situaciones de una persona descubriendo un mundo que no es el suyo (al estilo Me cambio de familia o Perdidos en la tribu). ¿Para que dejar que la realidad estropee un buen reality?


No hay comentarios: