Pero claro, cuando me fijo en la cara expectante del turista y paseo la mirada entre los tamborileros que me rodean, me doy cuenta de que no debo particularizar. Es mi obligación transmitir una cierta relevancia, exponer un sentimiento que comparten buena parte de mis convecinos y que distingue el hecho de tocar el tambor. Así que, de cara al bien común, adornaré mi respuesta y exaltaré ese sentimiento al que yo, desgraciadamente, no acabo de llegar.
Claro que, entonces, me expongo a sembrar otra duda en el turista curioso. ¿Y que hago cuando me pregunte sobre el tipo de sentimiento?. Religioso, folklórico, por pertenencia... Nos enfrentamos al eterno dilema del análisis profundo de la tradición.
Por cierto, cuando voy a contestar el turista ya está preguntando a otro.
Pese a lo que digo... ¿a qué parece que de verdad lo siento?. Bea me ha sacado un foto de tamborilero de los buenos. Así lo parezco junto a Silvia, que en dos días parecía una alcorisana más.
1 comentario:
Yo a las procesiones, los tambores, las imágenes, las saetas y todo lo que sale de no sé donde en Semana Santa lo llamo pantomima folclórica. No siento apego ninguno ni por lo que se hace en mi tierra. Y lo que peor me sienta es que los medios de comunicación califiquen estas cosas como muestras de recogimiento o de fervor religioso. Por favor, si la mayoría de los que participan en las procesiones no se saben ni el Padre Nuestro.
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