Debemos ser conscientes de que, posiblemente, estamos viviendo uno de esos momentos de la historia que luego quedarán reflejados en las páginas de los libros. Cuando se recuerden los contagiosos movimientos populares que están intentando cambiar el paisaje político de algunos países árabes presumiremos de coetáneos y podremos preguntarnos eso de “¿dónde estabas cuando…?”. Y cabe la posibilidad de que este episodio no haya hecho más que empezar.
Con distintas características de desarrollo en cada Estado, estas revueltas tienen en común a sus promotores, gente joven y culta que se organiza a través de las redes sociales, y una situación de opresión, más o menos férrea, mezclada con una falta de bienestar social recrudecida con la crisis económica global.
Pero lo que a mí me llama más la atención es cómo lo que está ocurriendo coge a contrapié a las grandes potencias democráticas. Cómo se están viendo obligadas a crear discursos forzados que pasan de llamar “amigo” a llamar “dictador” a los líderes de gobiernos “aliados”. Cómo deben apoyar revueltas que nunca habían alentado, pese a relacionarse directamente con los valores que proclaman. Y cómo conjugar el apoyo obligado a las revueltas con el temor a que la libertad que deben promover no traiga consigo el marco estable que sí daban esos sistemas que quieren ser cambiados, injustos para los de allí, pero cómodos para los de acá.
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