martes, 28 de julio de 2009

Artículo: Pasto de llamas

Algo indefinible se rasga por dentro al ver la destrucción. El fuego se convierte en un monstruo horrible cuando campa a sus anchas. No tiene piedad, destruye de forma masiva, se mueve desafiando la lógica y extiende su furia en kilómetros con calor extremo, humo y cenizas.

El ser humano vuelve a descubrir lo lejos que está de ser todopoderoso. Se topa de frente con una de las fuerzas incontenibles de la naturaleza. Lo común adquiere la forma de asesino, que amenaza y acaba con lo que queremos, con lo que nos define, con lo que hemos construído… Y consigue que, entre los que lo atacan, se instale no sólo el miedo y la tristeza, sino un sentimiento que agarrota y aprieta por dentro: impotencia.

En este escenario aparecen las caras desencajadas por la tristeza, las lágrimas o la indignación. Cada metro que queda calcinado es una derrota de nuestra acción, de nuestras posibilidades y de nuestra competencia. El plan se resiente, los movimientos se cuestionan. Sobre el terreno se toman decisiones difíciles que, según los que saben de apagar incendios, son tan necesarias como incomprensibles.

Las decisiones de los expertos que ni son del pueblo ni conocen el terreno, se convierten en objeto de la furia de los que ven como se quema lo que es suyo. El debate sobre los planes y acciones, la supuesta falta de medios o el escaso tacto hacia los voluntariosos vecinos, se mezcla con los ánimos destrozados. Como si la coordinación, la confianza o el buen criterio también ardiesen pasto de las llamas.

No hay comentarios: