Los agentes de policía de las ciudades, guiados por la clase política, persiguen y humillan a chavales de 16 años que llevan una lata de cerveza en la mano o se hacen un calimocho. Se niega la mayor, que es que a esas edades ya se bebe en los bares. Se opta por el camino fácil de acojonar al menor consumidor para que no beba alcohol del supermercado y no se actúa contra el empresario vendedor. Y nadie explica por qué es tan malo beberse una cerveza en la calle.
El tetra-brik de Don Simón o la botella de ron convierten en delito o falta las reuniones de amigos en las calles de todos. Se sanciona algo tan loable como que los jóvenes tengan sus conversaciones más allá de pubs o disco bares, que ejerzan su derecho de ciudadanos y ocupen las plazas y las calles.
Las consecuencias negativas de esas reuniones, más allá de la utilización del alcohol, no responden a la existencia del botellón, sino a la falta de educación cívica. En lugar de educar en el respeto a las zonas comunes y el derecho al descanso de los demás, se prohíben las reuniones, por si acaso. Y repito de nuevo, ningún legislador intenta comprender las razones de la práctica. Y como algo extraño y lejano, se proscribe.
Por cierto, ¿sabían que en las riberas del Sena, en el centro de París (Francia), miles de jóvenes se reúnen cada tarde para beber y comer en la calle?. Es una actividad de décadas que a nadie se le ha ocurrido prohibir.