No siento ninguna envidia por los seguidores de los grandes equipos. Por esos que, apenas un mes después de haber hecho historia en el fútbol español y europeo, ya están temblando pensando en que tal gesta no se repetirá la próxima temporada. Sabiendo que el segundo puesto siempre sabrá a poco.
Tampoco envidio a los seguidores de los clubes que, con cierta desfachatez y prepotencia de sus adinerados dirigentes, abren debates sobre fichajes extramillonarios que a muchos nos generan cierta vergüenza ajena, viendo como está por el país mucho personal. Se han creado tan altísimas expectativas que, de no ser cumplidas, pueden suponer una completa debacle. Y, encima, llevan sobre sus hombros la autojaleada conclusión de que tienen la alta responsabilidad de ser el equipo referencia del resto mundo, casi casi por obligación divina. Y así, perder ante el Racing de Santander (por ejemplo) no es perder, sino dar un doloroso paso al fracaso más absoluto. Que difícil es vivir con ese fútbol.
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