Tres horas en el sofá. Armado de manotazos, servilletas, un matamoscas... Apenas si lo ví. Se las ingeniaba para aparecer y desaparecer sin ser visto. Un pinchazo y huída sin tiempo para la reacción. Tan sólo quedó, en mi piel, las marcas de sus picaduras, el rastro de su agresión indiscriminada e invisible... Ha llegado el calor y el enemigo está en casa. Y, lo peor, se que está ahí, pero no lo veo.
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