Esta semana hemos sabido que España es el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico que más ha aumentado su ayuda pública al desarrollo a los países más necesitados en el año 2007. Y eso que el conjunto de esta ayuda ha bajado cerca de un 10 por ciento respecto a otros años en este grupo de poderosos e influyentes países.
Este es uno de esos datos que me hacer sentir más pegado a mi tierra. Ninguna bandera, ni partida de nacimiento, ni idea preconcebida porque sí sobre nuestra forma de ser, me acerca al patriotismo. Al fín y al cabo todos los valores patrios suelen ser pura casualidad o pura invención. Ni siquiera la raza, en un mundo globalizado, debería ser símbolo de nada. Y la nacionalidad no es más que un papel y la suerte con el día que vayas a la comisaría y con el juzgado que toque para tramitarlo.
Así que yo, a la hora de elegir un bando o una bandera a la que representar, prefiero basarme en factores objetivos y fácilmente identificables.
El ser reconocidos como el país que más ayuda al desarrollo de los países subdesarrollados en el 'club de los poderosos' es motivo de orgullo. Y no sólo porque crea que es nuestra obligación ayudar al que lo necesita, sobre todo con nuestra propia historia de necesidades. También porque es una apuesta inteligente y me alegra que los dirigentes de mi país se hayan dado cuenta. Porque los problemas de África, más tarde o más temprano, se convierten también en nuestros problemas.
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